Me propuse parecerme más a Theresa May durante mis reuniones
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Lucy Kellaway
Hace un par de semanas un colega de Theresa May le informó a Financial Times bajo condición de confidencialidad cómo la nueva Primera Ministra del Reino Unido se comportaba en las reuniones cuando era Secretaria del Interior: “No hace otra cosa más que sentarse en el Gabinete con una expresión exasperada y a la vez serena”.
Leí esto y comprendí inmediatamente cómo esta mujer había llegado a ser primera ministra. Aún más importante, me di cuenta de que utiliza una excelente estrategia. Asumir una expresión exasperada pero serena es la perfecta estrategia para las reuniones. Es una actitud superior, pero nunca grosera. Es poderosa, pero no deshonesta. Es un poco amenazante. Un poco majestuosa. Es sencillamente perfecta.
La cuestión de cómo escoger tu expresión cuando estás sentado en una mesa escuchando a otros hablar es importante. El ejecutivo promedio pasa alrededor de cuatro horas al día en reuniones; si la reunión promedio consiste en nueve personas y hablar se comparte por igual, cada persona tiene que pasar tres horas y 33 minutos al día sentada, escuchando a medias a la persona que tiene la palabra y estudiando las caras de las que no. Esto sugiere que estamos totalmente equivocados. Nos inquietamos por la impresión que hacemos al hablar, pero no nos preocupamos nada por cómo nos presentamos cuando estamos callados.
El otro día me enviaron una fotografía de un panel en el que yo había participado, tomada por alguien del público. Dos de los panelistas no estaban mirando a la persona que estaba hablando. Dos parecían catatónicos. Yo luzco algo loca, con ojos saltones de incredulidad y una sonrisa afectada en la boca. Sólo uno de nosotros lo hizo bien. Él había logrado que su cara fuera una máscara de cortés pero escéptico interés.
Le pregunté a un colega si ésa era mi cara habitual en las reuniones. Me lo confirmó, lo cual fue una noticia inquietante. No tenía la menor idea.
Nuestras expresiones en las reuniones son demasiado importantes como para dejar que se compongan solas. La cara más común en las reuniones (por lo menos en las caras de los que no están hablando) es de aburrimiento, lo cual nunca es una buena apariencia.
Quedarse dormido porque se está aburrido es lo peor que se puede hacer en una reunión. Kay Whitmore, director ejecutivo de Kodak en la década de 1990, era más conocido por quedarse dormido en una reunión con Bill Gates que por contribuir a la destrucción de su empresa.
Aunque cabecear hasta dormirse es fatal, cabecear en general es excelente. Durante nueve años fui parte del consejo de dirección de una empresa y por eso debo haber pasado cientos de horas viendo cómo los mejores directores no-ejecutivos del país cabeceaban. Resulta que hay diferentes tipos movimientos de la cabeza que son útiles en diferentes momentos. Mientras más complejo el material bajo discusión, más se debe usar un movimiento de mediana velocidad que debe ayudar a verse inteligente y al tanto de la situación, mientras que un movimiento más lento que dice lo-estoy-considerando también puede ser útil.
Por lo demás, las reglas para las expresiones en las reuniones son en general lo opuesto a las reglas para las expresiones en la oficina. Mientras que sonreír es una buena estrategia ya que hace que los demás se sientan mejor, en las reuniones se debe evitar, a menos que alguien haya contado un chiste, ya que puede hacer que uno luzca poco serio, demasiado entusiasta, y probablemente servil. Congraciarse con los demás, aunque a veces es necesario, es tan humillante que nunca se debe hacer en público.
Fruncir el ceño, una expresión generalmente indeseable en las oficinas, es esencial en las reuniones. Implica que se está pensando profundamente y puede distanciarlo de las decisiones que se están tomando. Mejor aún, implica superioridad: posiblemente podría hacerlo mejor por su propia cuenta.
La expresión que se asume en las reuniones no sólo afecta la reputación, también puede afectar la carga de trabajo. Una cara demasiado entusiasta puede resultar en tareas indeseables. Sólo la cara de Theresa May —la exasperación serena— puede lograr evitar todo trabajo adicional. Dice: “ni se te ocurra pedírmelo”.
Hay una advertencia en todo esto. Sólo se aplica si se es, digamos, un mero ministro del gabinete, en cuyo caso se tiene poca influencia sobre la duración y el contenido de la reunión. No funciona si uno es, digamos, primer ministro. La serenidad todavía funciona, pero la exasperación no sirve como actitud básica ya que cuando se está a cargo también se tiene la culpa.
Al ajustarse a su nuevo papel, estoy segura que Theresa May va a enmendar sus expresiones para reuniones según sea necesario. No estamos condenados a las expresiones con que nacimos. Yo he estado pasando bastante tiempo enfrente del espejo siendo serena y exasperada. Fue difícil al principio, pero acabo de ensayarlo de nuevo, y, por fin, creo que lo he logrado.